Aún conservaba su carne. Con brazos raquíticos y piernas como alambres se desplazaba sin destino por aquel lugar perdido, cargado de tristeza e incertidumbre. Notaba por dentro una sensación de amargura, no como la que te hace enfurecer y despreciarlo todo, no, era una de esas amarguras relacionadas con la insatisfacción, como cuando llega el lunes y sientes que apenas has aprovechado el fin de semana. Luchando por conservar su alma dentro de lo que quedaba de su cuerpo y alimentado por la simple curiosidad, recorría ese desconocido mundo en el que se había adentrado, a través de lo que parecía un castillo derruido. En un pasillo cerrado por paredes antiguas de piedra, repletas de musgo y telarañas, encontró a un hombre tumbado con la espalda apoyada en la pared. Parecía bastante delgado. Vestía unos tejanos, unas botas, una americana negra y un enorme sombrero con el que cubría su rostro. Evin se acercó lentamente hasta que se paró frente a él. El cuerpo permanecía inmóvil, con los brazos cruzados, cabizbajo. Ya iba a dar por hecho que estaba dormido, muerto o quizá embrujado, cuando por fin alzó ligeramente la cabeza y, aun sin mostrar su rostro, habló con voz como vacía:
—Eres uno de los nuevos ¿Verdad…? Sí, tienes que serlo, nadie se para a hablar con los errantes si no acaba de entrar aquí. Imagino que deseas encontrar el camino, aquel que te lleve al descanso final, pero debes comprender que no es tan fácil… Este lugar es como un filtro, no puedes ir al otro lado sin limpiar aquellos errores que cometiste y de los que jamás llegaste a aprender.
—...
—¿No lo sabes? Este mundo te roba los recuerdos. Primero se alimenta de tu parte corpórea, de aquello que has vivido, de lo que aprendiste a lo largo de tu vida y que te ha hecho ser como eres. Por eso no puedes hablar. Pero eso no le interesa. Todo eso te lo roba para dejar tu esencia al descubierto, para robar aquello que él más desea: tu alma. Según va robando tu alma, va devolviéndote recuerdos, se queda con el quién eres para devolverte el cómo eres... ¿No lo entiendes? Es igual… ni siquiera deberías escuchar a los cuerpos que quedaron atrapados aquí para siempre. Deberías buscar, reflexionar, y sobre todo reconocer bien los errores que cometiste cuando te enfrentes a ellos.
Si lo que decía ese hombre era cierto ¿De cuánto tiempo contaba antes de quedarse atrapado en ese mundo para siempre? ¿Y cómo podría reconocer aquellos errores que cometió sin apenas recordar quién era? Miró bajo su camisa descuidada de algodón blanca y se dio cuenta de cómo su piel ennegrecía. Sabía que aún conservaba el alma, la notaba ahí dentro, a pesar de no saber apenas quién era.
Siguiendo las indicaciones de aquel bandido continuó en busca de aquellos errores que había cometido. Exploró en vano un sótano oscuro y salió por la puerta que accedía al patio, cegado por ese sol tan enrojecido como la sangre. Recorría su vista por las torres y almenas de aquel castillo preguntándose a dónde ir, cuando el maullar de un gato interrumpió sus pensamientos y se dio cuenta de que había una manada entera observándole a lo lejos desde una esquina. Uno de los gatos más jóvenes, blanco, con una mancha marrón en su ojo izquierdo, se acercó y comenzó a restregarse contra su pierna. Sintió reconfortante la presencia de aquel felino, que parecía anhelar lo mismo que él: una muestra de afecto. Cuando se decidió a continuar su búsqueda vio que le seguía mientras la madre le observaba con aquella mirada acusadora tan característica de los gatos. «Prometo cuidar de él» dijo dentro de sus pensamientos «Lo llamaré niebla».
Continuó su camino acompañado de aquel gato a través de unas estrechas calles con paredes derruidas que, seguramente, hace un tiempo pertenecían a los hogares de los que habitaban allí. De pronto, por su mente pasó una imagen tan rápida que no la pudo reconocer. Luego otra, y otra más. Su cabeza era un cúmulo caótico de pensamientos e imágenes que se cruzaban a la vez y le resultaba imposible centrarse en ninguna en concreto. Sintió un pinchazo en el pecho y se sentó cubriéndose la cabeza con las manos. Entonces recordó algo:
Una mujer hermosa con un elegante vestido blanco se giraba y le miraba sonriendo junto a un lago. Le agarraba las manos y decía:
—Yo iré donde tú vayas.
¿Quién era esa mujer? ¿Por qué le sonaba tanto? Notó que se debilitaba. Miró de nuevo bajo la camisa y su cuerpo se había consumido bastante más en poco tiempo. El proceso se aceleraba ¿Dónde estaban esas lecciones que debía aprender? De pronto niebla comenzó a maullar y a hacer gestos como queriendo que le siguiera, y así lo hizo. Recorrió a toda prisa aquellas estrechas calles hasta que se abrieron en una pequeña plaza. En el centro había una fuente en perfecto estado derramando su agua. Niebla se acercó y comenzó a beber. Cuando terminó se sentó al lado de la fuente, mirándole fijamente entre maullidos «¿Quiere que beba?» «¿Qué sentido tiene beber en un lugar así?» «¿No se supone que ya estoy muerto?». Una exclamación de alegría interrumpió el silencio a dos manzanas de allí:
—¡La he encontrado! ¡Por fin voy a salir de aquí!
«¿Una salida?» «¿Había forma de salir de ese mundo horrible sin tener que hacer esas tonterías de los errores?» Evin comenzó a correr, pero niebla se interpuso y le bufó. Parecía seguir empecinado en que bebiera de la fuente. «Ahora no tengo tiempo para esas tonterías gato estúpido, tú no comprendes nada», pensó mientras le esquivaba. Cuando llegó a aquel sitio solo pudo ver un destello de luz blanca que se apagaba y una risa lejana, como si proviniera de otro mundo. Evin intentó saltar hacia aquella luz, pero ésta le rechazó y le hizo caer de espaldas justo antes de desaparecer.
En aquel momento, tirado en el suelo, sintió que no era capaz de soportarlo todo: la incertidumbre, el miedo, la tristeza profunda y sin sentido que no paraba de castigarle desde que apareció en aquel lugar. De pronto le vino otro cúmulo de imágenes y pensamientos incontrolables que se cruzaban en su mente. Hecho una bola, jadeando, incapaz de controlar aquello y con lágrimas en los ojos, se le apareció otro recuerdo.
Aquella hermosa mujer lloraba y le miraba llena de culpabilidad.
—Lo siento… No quería que las cosas acabaran así…
Y se alejaba.
Se perdía entre aquella niebla gris.
Ahora recordaba.
—¡Eso no fue culpa mía! –Exclamó en voz alta por primera vez.
Otra vez las imágenes seguidas.
Una taquicardia.
Un nuevo cúmulo de pensamientos.
Y un nuevo recuerdo:
Una aguja se clavaba en su brazo izquierdo. Estaba en un sofá sucio frente a una mesa desordenada, en un ambiente lamentable. Todo lo veía borroso. Sintió cómo el líquido de la aguja penetraba en él. Sus ojos se cerraron y su cabeza se echó hacia atrás.
Entonces pudo comprender.
«Fui un idiota», pensó, «Un egoísta al no tener en cuenta la preocupación de los demás» Su cabeza daba mil vueltas, como si acabase de recibir una fuerte conmoción, y su cuerpo ya casi no era cuerpo, sino huesos. «Cuando ella me dejó lo abandoné todo. Caí en las drogas y me sumergí en mi decadencia mientras los seres a los que quería lo daban todo por sacarme adelante. Comencé a autodestruirme sin pensar en el daño que podía hacerle a los demás». Niebla, sentado a su lado, lanzó un maullido. «Tu ni siquiera deberías estar aquí… ella tenía su trabajo, su familia, toda su vida en España y yo la empujé a dejarlo todo y venir conmigo a Londres. A ti te separé de tu familia para que vinieras conmigo… tú eras uno de mis errores». El gato, ajeno a todo, se pegó a él buscando caricias. «Pero querías ayudarme, al igual que mis seres queridos. Intentaste que bebiera de aquella fuente para cuidarme y que no fuese corriendo a por la salida fácil».
«La salida fácil»
«Por eso estoy aquí.»
Un último recuerdo pasó por su mente:
De nuevo estaba en el mismo lugar. Había un montón de drogas en la mesa y un puñal. Se levantó. Apenas podía andar. Se dirigió a la bañera, se tumbó despacio y bebió lo que quedaba de una botella de whisky barato que traía en su mano izquierda. En su derecha estaba el puñal. Se quedó unos segundos contemplándolo y se cortó.
«Lo he hecho todo mal… ya no hay vuelta atrás».
Los designios de vida que quedaban en su cuerpo se apagaron por completo, y su cara ya no era cara, sino calavera. Niebla seguía a su lado contemplándolo todo con curiosidad. «He recuperado mis recuerdos… ya sé quién soy». Miró dentro de sí y no encontró nada. «Pero ahora esto es lo único que soy…».
Mr. Wolf.
—Eres uno de los nuevos ¿Verdad…? Sí, tienes que serlo, nadie se para a hablar con los errantes si no acaba de entrar aquí. Imagino que deseas encontrar el camino, aquel que te lleve al descanso final, pero debes comprender que no es tan fácil… Este lugar es como un filtro, no puedes ir al otro lado sin limpiar aquellos errores que cometiste y de los que jamás llegaste a aprender.
—...
—¿No lo sabes? Este mundo te roba los recuerdos. Primero se alimenta de tu parte corpórea, de aquello que has vivido, de lo que aprendiste a lo largo de tu vida y que te ha hecho ser como eres. Por eso no puedes hablar. Pero eso no le interesa. Todo eso te lo roba para dejar tu esencia al descubierto, para robar aquello que él más desea: tu alma. Según va robando tu alma, va devolviéndote recuerdos, se queda con el quién eres para devolverte el cómo eres... ¿No lo entiendes? Es igual… ni siquiera deberías escuchar a los cuerpos que quedaron atrapados aquí para siempre. Deberías buscar, reflexionar, y sobre todo reconocer bien los errores que cometiste cuando te enfrentes a ellos.
Si lo que decía ese hombre era cierto ¿De cuánto tiempo contaba antes de quedarse atrapado en ese mundo para siempre? ¿Y cómo podría reconocer aquellos errores que cometió sin apenas recordar quién era? Miró bajo su camisa descuidada de algodón blanca y se dio cuenta de cómo su piel ennegrecía. Sabía que aún conservaba el alma, la notaba ahí dentro, a pesar de no saber apenas quién era.
Siguiendo las indicaciones de aquel bandido continuó en busca de aquellos errores que había cometido. Exploró en vano un sótano oscuro y salió por la puerta que accedía al patio, cegado por ese sol tan enrojecido como la sangre. Recorría su vista por las torres y almenas de aquel castillo preguntándose a dónde ir, cuando el maullar de un gato interrumpió sus pensamientos y se dio cuenta de que había una manada entera observándole a lo lejos desde una esquina. Uno de los gatos más jóvenes, blanco, con una mancha marrón en su ojo izquierdo, se acercó y comenzó a restregarse contra su pierna. Sintió reconfortante la presencia de aquel felino, que parecía anhelar lo mismo que él: una muestra de afecto. Cuando se decidió a continuar su búsqueda vio que le seguía mientras la madre le observaba con aquella mirada acusadora tan característica de los gatos. «Prometo cuidar de él» dijo dentro de sus pensamientos «Lo llamaré niebla».
Continuó su camino acompañado de aquel gato a través de unas estrechas calles con paredes derruidas que, seguramente, hace un tiempo pertenecían a los hogares de los que habitaban allí. De pronto, por su mente pasó una imagen tan rápida que no la pudo reconocer. Luego otra, y otra más. Su cabeza era un cúmulo caótico de pensamientos e imágenes que se cruzaban a la vez y le resultaba imposible centrarse en ninguna en concreto. Sintió un pinchazo en el pecho y se sentó cubriéndose la cabeza con las manos. Entonces recordó algo:
Una mujer hermosa con un elegante vestido blanco se giraba y le miraba sonriendo junto a un lago. Le agarraba las manos y decía:
—Yo iré donde tú vayas.
¿Quién era esa mujer? ¿Por qué le sonaba tanto? Notó que se debilitaba. Miró de nuevo bajo la camisa y su cuerpo se había consumido bastante más en poco tiempo. El proceso se aceleraba ¿Dónde estaban esas lecciones que debía aprender? De pronto niebla comenzó a maullar y a hacer gestos como queriendo que le siguiera, y así lo hizo. Recorrió a toda prisa aquellas estrechas calles hasta que se abrieron en una pequeña plaza. En el centro había una fuente en perfecto estado derramando su agua. Niebla se acercó y comenzó a beber. Cuando terminó se sentó al lado de la fuente, mirándole fijamente entre maullidos «¿Quiere que beba?» «¿Qué sentido tiene beber en un lugar así?» «¿No se supone que ya estoy muerto?». Una exclamación de alegría interrumpió el silencio a dos manzanas de allí:
—¡La he encontrado! ¡Por fin voy a salir de aquí!
«¿Una salida?» «¿Había forma de salir de ese mundo horrible sin tener que hacer esas tonterías de los errores?» Evin comenzó a correr, pero niebla se interpuso y le bufó. Parecía seguir empecinado en que bebiera de la fuente. «Ahora no tengo tiempo para esas tonterías gato estúpido, tú no comprendes nada», pensó mientras le esquivaba. Cuando llegó a aquel sitio solo pudo ver un destello de luz blanca que se apagaba y una risa lejana, como si proviniera de otro mundo. Evin intentó saltar hacia aquella luz, pero ésta le rechazó y le hizo caer de espaldas justo antes de desaparecer.
En aquel momento, tirado en el suelo, sintió que no era capaz de soportarlo todo: la incertidumbre, el miedo, la tristeza profunda y sin sentido que no paraba de castigarle desde que apareció en aquel lugar. De pronto le vino otro cúmulo de imágenes y pensamientos incontrolables que se cruzaban en su mente. Hecho una bola, jadeando, incapaz de controlar aquello y con lágrimas en los ojos, se le apareció otro recuerdo.
Aquella hermosa mujer lloraba y le miraba llena de culpabilidad.
—Lo siento… No quería que las cosas acabaran así…
Y se alejaba.
Se perdía entre aquella niebla gris.
Ahora recordaba.
—¡Eso no fue culpa mía! –Exclamó en voz alta por primera vez.
Otra vez las imágenes seguidas.
Una taquicardia.
Un nuevo cúmulo de pensamientos.
Y un nuevo recuerdo:
Una aguja se clavaba en su brazo izquierdo. Estaba en un sofá sucio frente a una mesa desordenada, en un ambiente lamentable. Todo lo veía borroso. Sintió cómo el líquido de la aguja penetraba en él. Sus ojos se cerraron y su cabeza se echó hacia atrás.
Entonces pudo comprender.
«Fui un idiota», pensó, «Un egoísta al no tener en cuenta la preocupación de los demás» Su cabeza daba mil vueltas, como si acabase de recibir una fuerte conmoción, y su cuerpo ya casi no era cuerpo, sino huesos. «Cuando ella me dejó lo abandoné todo. Caí en las drogas y me sumergí en mi decadencia mientras los seres a los que quería lo daban todo por sacarme adelante. Comencé a autodestruirme sin pensar en el daño que podía hacerle a los demás». Niebla, sentado a su lado, lanzó un maullido. «Tu ni siquiera deberías estar aquí… ella tenía su trabajo, su familia, toda su vida en España y yo la empujé a dejarlo todo y venir conmigo a Londres. A ti te separé de tu familia para que vinieras conmigo… tú eras uno de mis errores». El gato, ajeno a todo, se pegó a él buscando caricias. «Pero querías ayudarme, al igual que mis seres queridos. Intentaste que bebiera de aquella fuente para cuidarme y que no fuese corriendo a por la salida fácil».
«La salida fácil»
«Por eso estoy aquí.»
Un último recuerdo pasó por su mente:
De nuevo estaba en el mismo lugar. Había un montón de drogas en la mesa y un puñal. Se levantó. Apenas podía andar. Se dirigió a la bañera, se tumbó despacio y bebió lo que quedaba de una botella de whisky barato que traía en su mano izquierda. En su derecha estaba el puñal. Se quedó unos segundos contemplándolo y se cortó.
«Lo he hecho todo mal… ya no hay vuelta atrás».
Los designios de vida que quedaban en su cuerpo se apagaron por completo, y su cara ya no era cara, sino calavera. Niebla seguía a su lado contemplándolo todo con curiosidad. «He recuperado mis recuerdos… ya sé quién soy». Miró dentro de sí y no encontró nada. «Pero ahora esto es lo único que soy…».
Mr. Wolf.
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